El color es un factor determinante en la decoración de interiores. Por su sola presencia calienta o enfría ambientes, oscurece o aclara habitaciones, atenúa deslumbramientos, reduce o amplia espacios. En la elección del color hay que tener en cuenta las reacciones emocionales que provocan.
Según la monografía ''Color, arquitectura y estados de ánimo'', de Leandro de Corso, los colores se clasifican en dos grandes grupos según las sensaciones que transmiten: cálidos (amarillos y rojos) y fríos (verdes y azules). Esta división es puramente subjetiva y debida a la interpretación personal. Pero sucesivas investigaciones han demostrado que son habituales en la mayoría de los individuos.
El amarillo es el color que se relaciona con el sol y significa luz radiante, alegría y estímulo.
El rojo está asociado con el fuego, la sangre, el calor y la excitación.
El azul con el cielo y el agua implican serenidad, infinito y frialdad.
El naranja mezcla de amarillo y rojo, tiene las cualidades de ambos, aunque en menor medida.
El verde, color de los prados, es fresco, tranquilo y reconfortante.
El violeta es madurez y en un matiz claro expresa delicadeza.
El blanco es pureza, el negro duelo, el gris resignación, el pardo madurez, el oro riqueza y la plata nobleza.
Las habitaciones oscuras requieren colores cálidos del grupo amarillo-rojo como son el salmón o el rosa pastel. Las que tienen mucha luz necesitan colores fríos del grupo verde-azul como son el gris perla, el verde o el azul verdoso.
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